miércoles, 26 de noviembre de 2008

SIMBOLOS COTIDIANOS: SOLUCIONES PARA UNA EPOCA DE INCERTIDUMBRES


Introducción

El mundo es un objeto simbólico". Zalustio

Final de siglo, fin de milenio. Que ha cambiado en la mente del hombre posmoderno si la comparamos con la del ancestro antropoideo que recién aprendía de las ventajas de la bipedestación, la oposición del pulgar y la precaria pero eficiente capacidad de simbolizar? Podríamos afirmar que poco. Ante la incertidumbre del devenir, el movimiento de la naturaleza en sus ritmos caóticos y la impermanencia donde nada es seguro, el hombre continúa gritando su desolación ontológica.

Ante este panorama donde reina el caos y ninguna forma aparece como estable, genera sus remedios transitorios: simboliza, elabora secuencias organizadas de relatos, los mitos, que se activan en rituales cotidianos través de cientos de hábitos, comportamientos y conductas. El homínido ritualista se aferra a íconos, modelos, productos y marcas, que al lograr el status de símbolo, recorren las culturas y geografías a través de los tiempos, brindando efímeras mesetas que le permiten crear estructuras de contención y sostén.

En cada gesto de la cotidianeidad, los símbolos aparecen revelando sentidos y a su vez, velando significados al desplegar su matriz infinita que yace perdida en el origen de los tiempos.

Modernidad: movimiento más incertidumbre


Los antropólogos de la modernidad caracterizan a éste período de la historia del hombre como la etapa evolutiva en la que se asocian el movimiento y la incertidumbre. El primero de éstos dos términos se realiza en formas múltiples, vistas por muchos como otras tantas ocultaciones o máscaras del desorden. Desde el campo hasta la ciudad, desde los grupos hasta las relaciones entre individuos, desde éstos últimos hasta los espacios de cultura y poder, todo ha sido condenado a transformarse.

La era de lo falso y lo engañoso, más “la era del vacío” y el fracaso del pensamiento“, han sido proclamados más recientemente. Las apariencias, las ilusiones y las imágenes, el “ruido”de la comunicación desnaturalizada y lo efímero llegan a ser poco a poco los constituyentes de una realidad que no es tal, sino que se percibe y es aceptada encadadenada a esos aspectos.

La incertidumbre expresa a la vez la irrupción de lo inédito bajo los impulsos de la modernidad, y el riesgo, para el hombre, de encontrarse en posición de exiliado, extranjero o bárbaro en su propia sociedad. Frente a una realidad incierta, la figura del hombre se hace más confusa, borrosa como lo sería la imagen devuelta por una superficie líquida en constante movimiento

En el horizonte aparecería una barbarie encubierta: un mundo donde la creación cede el lugar al aburrimiento, lo sagrado a la angustia, la educación a la programación de los individuos; un mundo donde la cultura se atrofia mientras que la ciencia y sus aplicaciones se hipertrofian, donde lo sensible perece y donde la energía de la vida encuentra mal su empleo.

La conciencia del desorden se agudiza cuando las referencias del orden se vuelven ambiguas, cuando se acrecienta la incertidumbre. Cuando los dioses efímeros reemplazan al Dios perdido, el destino se fragmenta, lo trágico adopta las figuras cambiantes del riesgo, real o mitificado. Y cada uno se siente tentado, a su manera, de preservar, con mayor libertad posible, su lugar en un mundo donde descubre en ciertos momentos sólo el desorden, el estrépito, el arcaismo.

La realidad de la fisura

“En el principio era la plenitud, la totalidad”. Esa totalidad indolente y callada que atesora toda forma de devenir, toda potencialidad, reposa en sí misma y se percibe como oscuridad y silencio. Se puede presentar como el punto cero del tiempo mítico, previo a todo conocimiento y a toda acción.

Tal experiencia se transluce en la multitud de narraciones mitológicas, en la infinidad de expresiones artísticas, litúrgicas o votivas que constituyen el primer documento en el que se muestran las problemáticas relaciones del hombre consigo mismo, con el mundo y con el misterio.

Estos tres elementos, que el proceso occidental de civilización ha separado progresivamente, constituyen, en los primeros estados de la humanidad, los tres rostros solidarios de una misma figura: el Dios, el Hombre, la Naturaleza, trinidad primitiva, evocación permanente de la totalidad escindida, de la herida trágica, del sentido fragmentado y roto.

El Arquetipo de la Ruptura está en al base del imaginario colectivo de la humanidad y su dotación simbólica -fecunda y continuamente actualizada- se convierte en perpetua búsqueda de sentido. El desgarro es fundamental y constitutivo, es ontológico.

La historia del hombre está, en todas sus formas y estadios de evolución, ligada al destino cuyo prólogo es la relación agónica y polémica entre el hombre, la naturaleza y los dioses. De aquí surge la necesidad del culto para atenuar la ira de los dioses o solicitar su favor, de aquí surge la necesidad de armarse técnicamente para agredir la naturaleza o defenderse de ella, de aquí tanto la ética como el derecho para regular la convivencia.

La sutura simbólica

La radicalidad ontológica de la herida impele a la búsqueda de formas de sutura que, si bien nunca recomponen la unidad rota, impliquen los fragmentos en dispersión. Tal sutura no se satisface con la propuesta de un consenso racional, ya que el desgarro aludido es pre-racional: es el hombre mismo la parte desgajada de la unidad originaria.

Para la calidad del vínculo que se trata de establecer, la razón es insuficiente. La naturaleza y los dioses aparecen objetivados, se mantienen a distancia, se pretende atraparlos en el concepto o re-presentarlos a través del signo.

Otro es, sin embargo, la potencialidad de la sutura simbólica: en el símbolo hay acción, implicación material. La palabra símbolo procede del verbo irregular griego ballo, que significa lanzar. Se trata de un lanzar que, inicia una búsqueda, pretende establecer un vínculo (symballo: unir, vincular, enlazar). De ahí que el símbolo sea siempre una pieza de unión. No es representativo (como el signo) sino implicativo; no alude a un “estar por” sino a un “estar con”.

El símbolo es la pieza que garantiza la unidad pretérita, que mantiene el recuerdo en la distancia, y que asegura el reconocimiento en el futuro. La sutura simbólica es más profunda que el mero acuerdo, el pacto o el consenso. Más profunda que la tolerancia o el respeto. Supone y exige implicación afectiva y efectiva. Toda sutura es simbólica y todo simbólo ha de ser comprendido como vínculo o sutura.

La facultad del hombre de producir símbolos enlaza con la persistencia en el inconsciente tanto individual como colectivo de residuos de la ruptura originaria: a través de la actualización de tales residuos (símbolos) se produce el reconocimiento de dioses, naturaleza y hombre, el saberse mutuamente concernidos por el destino de la totalidad desgarrada.

Mitos en Acción: Ritos de la cotidianeidad

El Hombre como “animal simbólico” ejerce cotidianamente su capacidad de resignificar la realidad para ajustar su mundo imaginario al mundo de los hechos y las materialidades. Se adhiere sin proponérselo a relatos de relatos, las estructuras míticas que emergen en cada acontecimiento de la vida cotidiana.

Los mitos son relatos concretos fijados en la memoria, la lengua, la creación: restituyen mediante la simbolización los momentos y los fenómenos originales. Remiten a una realidad primordial que preexiste a una profundidad misteriosa y que se traduce con signos, imágenes y reflejos en nuestro mundo.

Los mitos se actualizan, practican y ejecutan a través de ritos. El rito penetra en el “bosque de símbolos”,los utiliza dándoles forma por su asociación y manipulándolos; pone en marcha el capital simbólico para expresar y actuar; es operador simbólico pero no se reduce sólo a eso. El rito es una dramatización que impone condiciones de lugar, tiempo, circunstancias propicias, designación de los que incluye o excluye. El rito cumple una función mediadora, completamente aparente en el momento de su intensidad más fuerte; produce un cambio de estado en el cual las antinomias se disuelven, en tanto que las dificultades desaparecen bajo la acción de la creencia. Durante un tiempo, convierte la incertidumbre en certidumbre.

Cualquiera sea su objetivo, por su naturaleza, el rito es el orden en sí mismo. Está estructurado y constituye un sistema de comunicación y de acción de una gran complejidad. Posee a la vez una estructura simbólica, una estructura de valor, una estructura teleológica y una estructura de rol, que ponen de manifiesto lo imaginario.

Día a día el hombre se aferra de costumbres y hábitos que le aseguran la necesaria estabilidad para la producción de sus tareas a lo largo de su vida. Es en cada uno de esos actos en los cuales se ponen en acción las arcaicas “danzas rituales” que ordenan, relacionan, estructuran y socializan a los hombres.

El vínculo de los individuos con los diferentes productos de consumo involucran gesto a gesto innumerables constelaciones de símbolos que ligan, estimulan, dan sentido y urden la trama posible del devenir en un contexto donde impera la incertidumbre y lo imprevisible.

Un día en la vida del Animal Simbólico Ritualista

Esta es la historia de un día en la vida de Josefina Perez, una especie de Doña rosa moderna y actualizada que sigue las tendencias, hábitos y modalidades de consumo de la sociedad en la que vive.

Temprano por la mañana nuestro personaje toma su baño diario. Elije su jabón y shampoo preferido e inicia un ritual que imperceptiblemente la vincula con el Esquema Simbólico de la Purificación en sus formas más complejas. Tanto lavar como limpiar generan la acción de purificar, siendo la pureza una de las categorías fundamentales de la valoración. Podrían simbolizarse todos los valores por la Pureza. Mediante la Purificación se participa de una fuerza fecunda, renovadora y polivalente.

Aquí Josefina, que gracias a ser un animal urbano no escatima del uso del agua, disfruta de su transparencia, símbolo inequívoco de la pureza activa y sustancial. El agua denota frescura, renovación y despertar de energía. Un viejo dicho de la tradición dice que “como el agua tiene un poder íntimo puede purificar al ser íntimo, puede devolverle al alma pecadora la blancura de la nieve“.

Ahora le toca el turno a la cabeza. Los útimos comerciales del shampoo se depliegan en la imaginación de nuestro personaje. La propia palabra Shampoo describe la acción de masajear, estimular y friccionar la cabeza, símbolo de la mente, centro y principio de la vida, “el jefe del cuerpo”. La estrella principal de la escena es el cabello, matriz simbólica del movimiento ondulante, de aquellos procesos arquetípicos asociados con los Paisajes nocturnos y los Símbolos del Tiempo.

Arquetipos de personajes mitológicos femeninos, Venus, Melusinas y Rusalkas la acompañan en el detallado masaje del cuero cabelludo. La ondulación especular de los cabellos recreados por la espuma remata la escena, en donde ésta puede ser considerada como símbolo de cierta espiritualidad, en la medida en que se considera al espíritu capaz de sacar todo o nada: una gran superficie de efectos con pequeño volumen de causas.

Completado el baño, es el momento de acondicionar el cuerpo y su limitante esencial: la piel. Crema en mano, Josefina recrea rituales de profundo significado liturgico y religioso: la crema, se origina en los procedimientos de unción, de aplicación de los óleos sagrados en el albor de los tiempos del homínido inteligente. Cuidado, protección, búsqueda de la caricia, encuentro con la desnudez, mimo de autoidentificación...metáforas que se desgranan en la recorrida de la piel y los pliegues de Josefina.

Llegó el momento del desayuno. Hay poco tiempo, pero el jugo de frutas es infaltable. Es el “líquido que contiene la Fuerza de la Vida”. Es lo provechoso, útil y sustancial de cualquier cosa material o inmaterial. El Jugo está en el trayecto metafísico de la Esencia. Es Simbolo de la bebida sagrada que reproduce esquemas cíclicos de renovación, de juventud triunfante y secreta. La “bebida de la Juventud”, de la Inmortalidad y las “aguas de la vida“ vehiculiza arquetipos primarios asociados con las valorizaciones sexuales y maternas de la Leche.

Unos sabrosos y crocantes Snacks reemplazan el pan tostado con mermelada. Alimento rápido, ligero y liviano, remite a dos vertientes simbólicas principales. La poderosa imaginación juega al “Picoteo del Pájaro”, donde en función de semilla, representa la reposición de energía “entre vuelo y vuelo“. Por otra parte el Snack opera como la “Mordida de la Serpiente”, la “presa”, la tentación, la transgresión y el remordimiento, constituyéndose en un ansiolítico que permite totalizar desde
el fragmento y ocupar espacios vacíos.

Para Josefina ya es hora de activar la rutina de la casa. Mucha ropa para la lavar. Desde hace unos años se ve aliviada por el lavarropas automático y la irrupción de jabones que transforman lo sucio y manchado en puro y limpio. Los polvos para lavar estimulan una mística donde se establece un combate contra la Mancha, símbolo del pecado, la caída y la enfermedad de la ropa. El sapónido purificador se despliega como arquetipo policial y justiciero del puro arcángel triunfante sobre los negros demonios, las manchas.

La Máquina lavadora funciona como el lugar donde se produce el fenómeno de transformación. Pura alquimia, misterio que merece la adoración de Josefina, el lavado de ropa integra códigos que van desde la racionalidad más extrema hasta los confines de la magia de los antiguos demiurgos que desde el “nigredo” de la mancha transmutabana estadios de “albedo”: la blancura que certifica que el ama de casa está en el control total de las con las que se enfrenta.

LLegó la hora de distenderse. El cigarrillo de la media mañana es infaltable en la vida de Josefina. Mientras todo sigue su curso en el hogar, el ritual del fumar ocupa su lugar. Aquí se disparan una multiplicidad de imágenes y representaciones simbólicas que involucran el hábito de fumar como una de los hábitos más complejos del ser humano. En este claro ritual intervienen elementos de la más pura antropología existencial.

El fuego como activador del acto del fumador remonta a casi un millón de años (si un millón de años!!!) la memoria ancestral de Josefina. Aquí se produce un contacto directo con la capacidad de manejar el fuego que es un logro humano universal que hallamos en todas las sociedades conocidas. También es, en una medida aún mayor que el lenguaje y el uso de herramientas, exclusivamente humano.

A este elemento puntual se le agregan la fascinanción del humo, que en sus volutas ascencionales remite a lo efímero y trascendente de lo divino que se encuentra en las alturas; la delicada forma y tamaño del filtro del cigarrillo que remeda e imita las dimensiones del pezón materno; la compleja cadencia gestual de las manos, labios y lengua que acompañan la escena del fumar...todos ejemplos que todavía no incluyen la rica simbólica del tabaco que por sí mismo nos llevaría a narrar rituales de adoracion, pacificación, purificación y conjuro.

Mientras tanto Josefina retorna entre pitada y pitada a la realidad que la reclama. Antes del almuerzo quiere remover el gusto del cigarrillo por lo que saborea un chicle de última generación. Otra cascada de reminiscencias y asociaciones se apoderan de su inconsciente. Hábito que liga y depliega una rica tradición de las mujeres de la Antigua Grecia que tenían la costumbre de mascar goma de lentisco para endulzar el aliento y limpiar los dientes. Así de simple, el chicle, gomorresina de origen vegetal, es portador de un caudal simbólico nutrido y polisémico: renovación cíclica, asimilación materna, órgano del gusto que discierne, lengua y dientes en acción...

La recorrida por el universo diario de Josefina recién se inicia y ya nos conectamos con un cosmos simbólico prolífico y multidimensional. La idea de Zalustio de que “El mundo es un objeto simbólico”, cobra vigencia y absoluta realidad cuando podemos comprender que en cada gesto y acto de la cotidianeidad, en cada hábito de consumo, anidan núcleos de imágenes, símbolos, narraciones y rituales que transcienden los idiomas, las culturas y las geografías. La comprensión de éstos esquemas permite ahondar el conocimiento de las pautas de comportamiento
que el hominido moderno va perfilando.

Así como nuestro persononaje, cada uno de nosotros realiza anclajes en costumbres y rituales, a través de productos y marcas, que nos permiten sobrellevar la dinámica de la incertidumbre y del caos del fin de milenio. Frente al pensamiento posmoderno de que “lo seguro no es seguro, sino horroroso“, los hábitos de la cotidianeidad nos afirman y describen trascendiendo roles, clases sociales, ocupaciones y responsabilidades.

El enfoque simbólico del devenir de todos los días condimenta y sazona los gestos mínimos, descubre matices sutiles de los verbos que todos conjugamos y estimula nuevas ideas frente a la maraña informe de imágenes, íconos y mensajes ante los cuales nos toca vivir. Afinar la mirada, aguzar la escucha, sensibilizar el tacto, adecuar los olfatos, ampliar los gustos, desarrollar la atención: ejercicios para que el asombro por lo natural y lo sencillo se desplieguen y orienten al consumidor que
transita bulímico de estímulos en la confusión y el aturdimiento.

Edgardo Werbin Brener
Analista de Símbolos